Después de 14 hs de viaje en un tren con retraso llegamos a la tan esperada, soñada y anhelada París. Lo primero que hicimos, obviamente, fue presentar una queja formal ante la compañía de trenes por la llegada tarde, pero la verdad que nos prestaron muy poca atención. De hecho ya se empezó a complicar el tema del idioma: -¿Speak english?- -No-. Fin de la conversación. Es cierto, los franceses no se esfuerzan mucho por entender y ayudar. Pero París es tan hermosa que uno lo perdona todo.
De la Gare de Austerlitz nos tomamos el metro para llegar a lo de mi amigo Leandro, que nos alojaría en esta ocasión. Su casa estaba sobre la Rue Duvivier, a tan sólo unas pocas cuadras de la Torre Eiffel, a la vuelta del mercado de la Rue Cler. La calle de la esquina era Grenelle, donde, en el número 7, transcurre la historia de "La Elegancia del Erizo". Es hermoso pasar por los lugares de los cuales uno se enamoró en cuentos, novelas y películas. París tiene esa magia. Y otra vez, el metro es genial. Supera cualquier barrera idiomática. Es imposible perderse y se viaja super bien. Así que llegamos a destino, abrazamos a mi amigo, dejamos las cosas, y lo primero que hicimos fue ir a ver la Torre Eiffel, obvio (había que chequear que efectivamente estuviésemos en París). La torre es hermosísima desde donde se la mire. Impactante y mucho más grande de lo que me imaginaba. Desde ese momento hasta el final de la estadía, no se nos borró la sonrisa de la cara.
Después de chequear la torre seguimos caminando por ese barrio, pese a que se largó a llover muy fuerte. Parece que esto es común en París. Paseamos por el Sena, cruzamos algunos puentes, y nos fuimos al Museo Rodin. Ahí paró la lluvia así que pudimos aprovechar los jardines del museo que son hermosos. Si hubiésemos sabido que eran tan lindos hubiésemos cargado el mate, porque realmente vale la pena quedarse un ratito disfrutando del lugar.
A la salida del museo pasamos por la Iglesia del Duomo e Invalides, y finalmente nos fuimos para otro museo, el de D´Orsay (yo no entiendo mucho de arte, pero parece que ahí están algunas de las mejores obras del mundo, Van Gogh, Cezanne, Monet, Degas…). De todas maneras, para los no conocedores de arte como yo, el edificio del museo ya es algo digno de ver en sí mismo. A la salida, y ya de tardecita, pasamos por una patisserie y nos compramos unas cositas dulces que fuimos a comer a un puente. Podría escribir un capítulo aparte acerca de las patisseries de París. Para mi gusto están a la par de los museos en lo que a arte respecta.
Esa misma noche nos fuimos a ver la torre iluminada. No sé puede creer lo linda que es, uno podría quedarse mirándola horas. Tuvimos la suerte de quedarnos afuera del departamento por un error de logística, así que no tuvimos más remedio que comprar unos "petit vins" e ir a sentarnos a un banco a contemplar la torre, y brindar por ese maravilloso momento.
Esa misma noche nos fuimos a ver la torre iluminada. No sé puede creer lo linda que es, uno podría quedarse mirándola horas. Tuvimos la suerte de quedarnos afuera del departamento por un error de logística, así que no tuvimos más remedio que comprar unos "petit vins" e ir a sentarnos a un banco a contemplar la torre, y brindar por ese maravilloso momento.
París es absolutamente hermosa por donde se la mire. Todo tiene estilo, hasta las casas de venta de inodoros. Las patisseries y boulangeries exhiben joyas, y ni que hablar de las boutiques. Los cafes, las callecitas, las florerías, los mercados en la calle… París es una sobredosis de estímulos visuales.
El segundo día visitamos otra vez la Torre Eiffel, para ver si el día anterior habíamos exagerado en nuestra apreciación. Pero no. Es hermosa. De ahí cruzamos el Sena, nos fuimos para el Arco del Triunfo, y bajamos por la famosa Champs Elysées hasta la Plaza de la Concordia. Toda esa caminata es bellísima. Compramos unos "pain au chocolat" y unos macarrones en Ladurée, y llegamos a los Jardines de Tulleries para almorzar, antes de la visita al Louvre. Y acá me saco la careta y digo: ¡suficiente de museos! El Louvre es increíble, pero se parece más a un shopping que a un museo. Está lleno de gente, en su mayoría orientales (en un momento nos sentamos a contarlos), y lo único que hacen es sacar fotos. Las obras son impactantes, pero es imposible ver algo tranquila sin que se te cruce alguien a sacar una foto. En fin, vimos a la Gioconda y a la Venus de Milo, y listo.
Pont des Arts |
Del Louvre fuimos caminando por el Sena otra vez (creo que uno nunca se puede cansar de caminar el Sena de punta a punta), hasta la Ile de la Cité, que es donde está Notre Dame. A medida que uno va avanzando hacia esta zona de la ciudad para mi gusto París se hace cada vez más linda. Pierde un poco la fastuosidad de la zona del Arco del Triunfo y la Champs Elysées, y se convierte en un ciudad llena de calles pequeñas y ondeadas, puestitos callejeros y edificios muy pintorescos. Notre Dame es una catedral muy bella, pero creo que lo que más disfruté fue caminar ese barrio. Sorpresivamente y sin buscarlo, conocí el Pont des Arts, tan famoso en Rayuela, de Cortázar, donde la Maga y Oliveira se encontraban (también sin buscarse). De Notre Dame cruzamos otra vez al otro lado del Sena y empezamos a caminar sin mucho rumbo, hasta terminar en el Barrio Latino. Ese barrio me encantó. Es desordenado y colorido, lleno de bares y restaurantes de diversos orígenes étnicos. Ahí nos comimos unos crepes en la Creperie Cluny. De ahí ya pegamos la vuelta y nos volvimos caminando. Aunque los pies duelan, uno quiere seguir caminando en París. A la noche conocimos el Barrio Saint Germain, un barrio de alto poder adquisitivo, muy exclusivo y con bares y restaurantes muy caros. Es uno de los barrios con mucha movida nocturna.
París enamora. Con justa razón está catalogada como una de las ciudades más bellas del mundo. Es maravillosa por donde se la mire, todo es hermoso, todo tiene encanto.
El día siguiente en París fue igualmente intenso. En París no se descansa, hay demasiado para hacer y todo vale la pena. Además, como viajamos en verano los días son larguísimos, amanece muy temprano y a las 10 de la noche todavía es de día, así que caminamos más de 12 horas por día. Nos tomamos el metro y fuimos para Montmartre, un barrio bohemio, hermoso, lleno de callecitas empedradas, artistas callejeros, pintores y músicos. Es el barrio que más me gustó de París. Y para aperlar nuevamente a la memoria emotiva, es donde transcurre la hermosa película Amelie. Ahí visitamos la Iglesia del Sacre Coeur y subimos hasta la cúpula para ver París desde lo alto (ya de por sí Montmartre está más elevado que el resto de la ciudad). La Iglesia es preciosa, y la vista desde arriba es increíble. Vale la pena pagar los 6 euros y hacer el esfuerzo de los 300 y pico escalones. Se ve la Torre Eiffel desde lo lejos, rodeada de toda la ciudad, una belleza.
Después seguimos el paseo por el barrio y fuimos a conocer el famoso Moulin Rouge (sólo por fuera, entrar era muy caro para nuestro presupuesto backpacker). De ahí seguimos caminando hasta el barrio de la Ópera, para ver el edificio que da origen a su nombre (impactante, como todas las construcciones acá). Luego pasamos por las famosas Galerías Lafayette, donde a lo único que pude acceder fue al baño, y seguimos la caminata por el barrio Madelaine, donde había algunos lugares gastronómicos para que mi hermana visitara. Más tarde, para no entrar en abstinencia por la falta de chocolate, fuimos a una patisserie muy paqueta, Fouchon, donde comimos la famosa torta ópera. La patisserie tenía más obras de arte que el Louvre. Hasta vendían sándwiches que venían en un estuche de plástico con cierre dorados. Los parisinos se zarpan en exiquisitos.
De la patisserie rumbeamos hacia la Torre Eiffel (again) por el margen del Sena (again). Y por fin, después de una larga fila (tres horas más o menos, así que recomiendo ampliamente reservar las entradas por Internet con mucha anticipación), subimos a la torre. Es alucinante, no apto para vertiginosos. Llegamos hasta el último nivel, donde la vista de París es impagable. Pero fue más la sensación de estar subiendo a la Torre que la vista en sí lo que más disfruté. Tuvimos la suerte de ascender en un horario en el cual vimos la ciudad de día, y esperamos que anocheciera, con lo cual disfrutamos ver como París se va iluminando de a poco.
De la patisserie rumbeamos hacia la Torre Eiffel (again) por el margen del Sena (again). Y por fin, después de una larga fila (tres horas más o menos, así que recomiendo ampliamente reservar las entradas por Internet con mucha anticipación), subimos a la torre. Es alucinante, no apto para vertiginosos. Llegamos hasta el último nivel, donde la vista de París es impagable. Pero fue más la sensación de estar subiendo a la Torre que la vista en sí lo que más disfruté. Tuvimos la suerte de ascender en un horario en el cual vimos la ciudad de día, y esperamos que anocheciera, con lo cual disfrutamos ver como París se va iluminando de a poco.
Al día siguiente nos fuimos para el Palacio de Versalles. Sinceramente, un infierno de gente, pero bueno, había que conocerlo. Creo que tardamos más en hacer las filas para sacar la entrada, para entrar, para ir al baño, etc. que lo que efectivamente estuvimos allí dentro. De todas maneras estuvo bueno. Demasiado lujo, una exageración importante (uno entiende la revolución). De ahí volvimos en tren hasta la Gare de Montparnasse y caminamos por ese barrio hasta llegar a los Jardines de Luxemburgo. Muy, muy lindos. Impecables ¡Hasta la cancha de bochas tiene un perchero para que los jugadores dejen sus abrigos! Después nos fuimos para el lado de Notre Dame y de camino encontramos una feria de productos gastronómicos del sur de Francia, así que estuvimos probando algunos vinitos y aceites. Hicimos el paseo en bote por el Sena, y terminamos cenando algo por el Barrio Latino, en un restaurant griego. Muy cosmopolita lo nuestro.
Ante último día en París. Si hubiésemos tenido un cuenta pasos seguro explotaba. Nos fuimos a la mañana otra vez a Montmartre a visitar el Espacio Dalí. A mi criterio es el museo más lindo que conocí en París. A la salida, seguimos paseando por el barrio y nos fuimos caminando para la Bastilla. Se nos hizo bastante larga la caminata. Esa zona de París es bastante confusa, y para mi gusto no está tan buena como el resto de la ciudad. Mucho comercio. Pasamos por la puerta del Centro Pompidou y llegamos a la Bastilla muy cansadas y con mucho hambre. La bastilla es sólo un monumento, sin nada muy relevante salvo su historia (que uno puede conocerla independientemente de la visita al monumento). Así que si no se cuenta con mucho tiempo, a mi criterio, no es indispensable conocerla.
Y para compensar el cansancio de la caminata, compramos varios tipos de quesos, frutas secas, un vino, y nos fuimos a hacer un pic nic a los Jardines des Plantes (¡a las 6 de la tarde!). A la noche nos fuimos a tomar algo a un barcito en el Barrio Latino que tenía música en vivo, donde mi hermana tomó la copa de champagne más pequeña y cara de la historia de las bebidas espumantes.
Y para compensar el cansancio de la caminata, compramos varios tipos de quesos, frutas secas, un vino, y nos fuimos a hacer un pic nic a los Jardines des Plantes (¡a las 6 de la tarde!). A la noche nos fuimos a tomar algo a un barcito en el Barrio Latino que tenía música en vivo, donde mi hermana tomó la copa de champagne más pequeña y cara de la historia de las bebidas espumantes.
Último día en París. Más relajado, sin museos, monumentos, sólo disfrutando esta maravillosa ciudad. Y pensando en la partida hacia Brujas, a la mañana siguiente.
Recomendaciones
- Perderse, perderse y perderse. París sorprende en cada esquina.
- Llevar siempre algo para resguardarse de la lluvia y poder seguir paseando. El tiempo en París en impredecible.
- Los jardines del Museo Rodin son hermosos para sentarse a leer, tomar mate, o lo que sea. Para aquellos que no quieren visitar el museo, se puede ingresar a los jardines pagando muy poco dinero.
- Si el día acompaña, se puede hacer un pic nic en alguno de los tantos jardines que tiene la ciudad. Comprar unos quesos, unas frutas secas y ¡voilá!
- Las patisseries y boulangeries venden manjares, así que recomiendo probar aunque sea alguna cosita. También para los que disfrutan de la gastronomía, aprovechar y probar quesos de todo tipo. Hasta los más económicos que venden los supermercados son de una calidad excelente.
- Subir al Sacre Coeur. Aunque haya que pagar, y transpirar un poco, la vista realmente vale la pena.
- Entradas a lugares turísticos: Si se viaja en temporada alta recomiendo reservar o comprar las entradas a la Torre Eiffel y al Palacio de Versalles con anticipación por internet. Realmente es una locura la cantidad de gente que hay, y el tiempo que uno pierde. No sucede lo mismo con los museos, por lo general hay largas filas pero marchan rápido.
- Visitar el Museo Dalí. Está ubicado en el barrio de Montmartre, un poco escondido. Es chiquito pero muy bello.
- Creperie de Cluny. Dirección: 20, rue de la Harpe 75005. http://www.creperiedecluny.fr/. Ubicada en el barrio Latino. Se comen unos crepes fabulosos, y los precios son razonables para lo que se maneja en París.
- Fauchon. Dirección: 26, Place de la Madeleine. http://www.fauchon.com/. Es un local de comidas (patisserie, boulangerie, fromagerie, etc.) ubicado cerca de la Ópera de París, la cual da el nombre a su plato más recomendado: la torta Ópera. No es barato, pero vale la pena visitarlo, y si se puede, darse un gusto.
- Ladurée. http://www.laduree.fr/. Famoso por sus macarrones y su pain au chocolat. Hay locales por todo París.
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