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lunes, 14 de diciembre de 2015

Escandinavia Parte I



Mi viaje por la  remota Escandinavia fue diferente a los viajes que me tienen acostumbrada. El motivo del mismo fue un programa de intercambio de trabajo social, profesión que estudié y a la cual me dedico. Dicho programa es internacional y funciona desde hace más de cincuenta años organizando intercambios profesionales en muchos países del mundo. En mi caso Noruega fue el país elegido para realizar dicha experiencia. Un poco por lo lejos, otro poco por lo diferente, y otro poco porque era gratis.

Mi viaje a Noruega tuvo una primera escala en la maravillosa capital de Dinamarca, Copenhague.

Llegué a esa ciudad alrededor de las cuatro de la tarde, luego de un largo vuelo desde Buenos Aires, y con toda la ansiedad y la incertidumbre de viajar sola por primera vez. Del aeropuerto muy fácilmente (como funciona todo en los países escandinavos, muy fácilmente) tomé un tren que me dejó en la estación central de la ciudad. Dejé rápido todas las cosas en el hostel para aprovechar lo que me quedaba del día, y salí a recorrer, sin mucho rumbo.

La ciudad es preciosa. Es amplia, pintoresca y conserva en perfecto estado los edificios y construcciones. En algunas zonas la arquitectura antigua se mezcla con la moderna, pero siempre predomina el estilo imperial. También tiene esa cuota de rebeldía, de graffiti, de cultura urbana, que hace que la ciudad tenga esa contradicción agradable. Copenhague es bella y llena de vida. Los palacios, los edificios de gobierno, las iglesias y los monumentos son impresionantes. La ciudad está bañada por canales que reflejan edificios de colores. Los parques y flores tienen un lugar privilegiado en la estructura de la ciudad, y ni que hablar de las bicicletas, dueñas y señoras de todas y cada una de las calles.

Salí del hostel y luego de rodear la estación central y el Parque Tívoli (un parque de diversiones muy antiguo y famosísimo en Dinamarca), tomé la calle Tietgensgade (los nombres de las calles son imposibles de leer y ni que hablar de pronunciar). Pasé por "la city", la zona céntrica de la ciudad, la plaza del Ayuntamiento, y por unos cuantos edificios importantes como el museo de arte Carlsberg Glyptokek, el Christianborg Palace, la bolsa de comercio, y el Royal Danish Theater, entre otros. Los edificios son dignos de apreciar aunque más no sea por fuera. Finalmente llegué a la calle Nyhvan, famosa por su canal donde amarran decenas de barcos.

Según cuenta la leyenda, los barcos que se atracaban en ese canal quedaron encerrados porque uno de los puentes de entrada se derritió por el calor y no pudieron sacarlos más. Así que ahora son parte de la decoración de la preciosa calle Nyhavn. Y, a la ya interesante decoración de los barcos prisioneros se suman los edificios de colores. Además, la calle está llena de barcitos y restaurantes, por lo que se torna un lugar privilegiado para el paseo de turistas y locales. En tiempos remotos, este sector de la ciudad era el puerto donde llegaban los marineros, y estaba categorizado como una especie de antro de prostitución y alcohol. Luego se pidió a las autoridades de la ciudad que se controlara esa situación, y después de una época de decadencia se reflotó y pasó a ser el hermoso canal que se ve hoy. Allí me quedé un rato contemplando el atardecer, me comí un shawarma con una cerveza y volví caminando por la calle Stroget, una calle peatonal, muy bonita y súper comercial, donde se encuentran desde las tiendas de ropa más globalizadas, hasta los principales diseñadores.

Copenhague no es una ciudad fácil para manejarse. De hecho lo fácil es perderse y dar vueltas en círculo, por más que uno tenga el mapa en la mano. A los nombres difíciles de las calles se suma que ninguna es recta, que casi todas se cortan, después vuelven, cambian de nombre cuadra a cuadra, se hacen más chicas, más grande, cambian de sentido. En fin, complicado. Lo bueno es que cada vez que uno se pierde termina viendo algo más lindo que lo que buscaba.

Además, como me habían advertido, es una ciudad cara. Un vaso de cerveza chico ronda entre los 5 y los 7 euros, un hot dog alrededor de 5, y un shawarma más o menos lo mismo. Por suerte los árabes se instalaron por toda Europa, así que el shawarma y el kebab son siempre la mejor opción.

Si bien Copenhague tiene la fama de re contra hiper primer mundo, también hay gente en la calle, mucha alcoholizada, o pidiendo limosna, sobre todo en las zonas más céntricas. Y realmente me quedé asombrada de la cantidad de alcohol que toma la gente (y eso que yo no soy ninguna abstemia). En todas las esquinas se ven jóvenes (algunos muy jóvenes) con cajones de cervezas y otras bebidas, tomando a más no poder, haciendo competencias de quien toma más, o más rápido. Hombres y mujeres. Alrededor de la estación central hay un clima bastante áspero, con muchos hombres medio arruinados, grandes y no tanto, tomando alcohol. Pero así y todo cada cual está en la suya y nadie molesta a nadie.



El día siguiente amaneció con mucha lluvia, así que caminé unas cuadras y me metí en la oficina de información turística que está muy bien armada, con mapas, guías y hasta computadoras interactivas. De ahí me fui a hacer un tour a la gorra con los Sandemans New Europe (que ya conocía de haber hecho tours con ellos en otras ciudades, y los sigo recomendando). El tour nos llevó por el centro histórico, empezando por el Ayuntamiento y pasando por Palacios, monumentos y canales, para terminar en el Palacio de Amalienborg, desde donde se aprecian los majestuosos edificios de la Ópera y la Iglesia de Mármol. Luego del tour fui a conocer a Celeste, mi contacto en Copenhague, que me llevó a conocer su preciosa casa, donde muy amablemente me alojó a mi vuelta de Noruega.

Por la tarde, y ya con poco tiempo, fui al Palacio Christianborg y subí a su torre desde donde se puede apreciar una hermosa vista panorámica de la ciudad (y por suerte es gratis). De allí fui a visitar la modernísima biblioteca conocida como el Diamante Negro, un gran cubo de vidrio negro que parece que se cae sobre el canal a orillas del cual está construida. Valió la pena apreciar esa construcción tanto por fuera como por dentro (también gratis).

Ya de regreso al hostel, preparé mis cosas y me fui a tomar el bus rumbo a Oslo, y que me haría conocer la megaestructura del puente Oresund, que resultó ser sólo un puente. Muy largo, pero no tan impactante como pensaba que iba a ser. Supongo que a los ingenieros o arquitectos les debe fascinar. Yo como no sé nada ni de arquitectura ni de ingeniería tan sólo me pareció largo. Y a mi desconocimiento en materia de construcciones se sumó que era de noche, así que la vista tampoco fue mucha. Lo que si me sorprendió fue lo grande y luminosa que resultó ser Malmo, la ciudad sueca que recibe a los que cruzan el Oresund. Y linda, muy linda, por lo que se podía apreciar desde el micro. Yo me imaginaba un pueblito de frontera como el Chuy. Pero no, absolutamente nada que ver con el Chuy.

Llegué a Oslo a las 4:45 am, con una ciudad que empezaba muy lentamente a aclarar. Oslo, a primera vista es una ciudad muy moderna en sus construcciones, muy distinta a Copenhague o a otras ciudades europeas que conocí. Apenas llegué a la terminal de micros quise dejar mi valija en un locker, el cual sólo aceptaba coronas noruegas. Me acerqué a un kiosko para ver si podía comprar algo con coronas danesas o euros, pero no se podía. Sólo coronas noruegas. El buen hombre, desconociendo la situación de mi país, me indicó amablemente donde había un cajero automático (iba a tener que tratar por esa vía). Le pregunté a cuanto estaba la corona Noruega respecto del euro, para saber cuánto dinero sacar del cajero, y me dijo algo así como "la bolsa Noruega cayó cuatro puntos esta semana, el euro está bajando. No sé qué decirte, puede que el euro este entre 8 y 9 coronas. Estamos en crisis". ¿Crisis? ¿¿¿Crisis??? Yo tengo un dólar oficial, uno paralelo, uno ahorro y uno tarjeta. Así que sin entender mucho el concepto noruego de crisis, me fui al cajero a sacar lo mínimo e indispensable porque en mi país si que no sabia cuánto iba a valer eso cuando regresara

Apenas llegué, y siendo tan temprano decidí caminar por los alrededores de la estación de trenes, que es también el centro de Oslo. Si bien a esa hora aún no había movimiento, pude imaginar una ciudad pujante, que se esfuerza por verse cada vez más grande y moderna, como queriendo mandarse un poco la parte. Oslo tiene edificios construyéndose por donde se mire. Las construcciones son muy modernas y con diseños muy originales, como la famosísima Ópera de Oslo, ubicada frente al mar, construida en vidrio y mármol. Caminando un poco desemboqué en lo que a mi parecer era el barrio árabe, donde se ven construcciones un poco más dejadas. Apenas comenzaron a abrir los negocios, y como siempre hago, fui a la oficina de turismo que estaba en la estación de trenes para buscar mapas e información. Saqué una tarjeta diaria de transporte y arranqué el primer paseo por esa ciudad que me alojaría (en el sentido más literal de la palabra) durante las siguientes tres semanas. En Oslo, como en la mayoría de los países de Europa, hay pases de transporte además de los tickets individuales, y si se piensa viajar bastante, son convenientes.

El transporte público en Noruega es perfecto. No tengo una palabra mejor para describirlo. Todo limpio, todo señalizado, todo a tiempo. Así cuesta también.

Mi primera parada fue el Museo de los Barcos Vikingos, más para homenajear a mi novio y a mi hermano, que por gusto personal. Igual estuvo bien. El museo es pequeño y exhibe dos enormes barcos vikingos, y otro más chico y menos conservado, que datan del 900 a. C. También se exhiben otros objetos vikingos hallados. Pero lo que más me gustó del museo fue recorrer el barrio en el que está situado. Un barrio precioso, tranquilo, de casas bajas y mucho verde. A medida que uno se aleja del centro de la ciudad, los barrios comienzan a tornarse menos densos en construcciones, más verdes, y con casitas de cuento, con flores y jardines. Los alrededores del centro de la ciudad están repletos de bosques y espacios verdes.

Del Museo Vikingo pasé por el del Holocausto, una casa muy bonita rodeada de parque (a la que no entré porque las entradas no son económicas), y me tomé otro bus hasta el parque Vigeland, paseo obligado en esta ciudad.

Adolf Gustav Vigeland fue un escultor noruego muy reconocido, contemporáneo, que debe su fama al parque que lleva su nombre. En dicho espacio se pueden apreciar varias de sus esculturas. En su mayoría interpretan relaciones humanas cotidianas: parejas de amantes, niños jugando, padres e hijos, personas mayores y demás. El trabajo del escultor es magnífico, y el parque en sí es hermoso, todo perfectamente cuidado, lleno de canteros de flores que parecen plantadas con una regla, una escuadra y un transportador. También allí se encuentra un museo que expone más obras de su autoría. Después de apreciar las esculturas, y habiendo dormido muy poco, me uní a otros tantos y me tiré a dormir en el césped perfectamente cortado.

Volviendo para el lado del centro caminé por la Kogens Gate, una calle muy comercial, donde están las diferentes tiendas de ropa y otros accesorios. Luego pasé por la Catedral, donde en su placita almorcé una ensalada de supermercado (excelente opción gastronómica que ofrecen estas ciudades tan caras), y ya que estaba a un par de cuadras, caminé hasta el Palacio Real. La caminata es muy linda. Para llegar al Palacio desde la Catedral se pasa por el Parlamento y se camina por un boulevard lleno de fuentes, flores y esculturas, y de paso se puede apreciar también el edificio del Teatro Nacional que tiene una fuente muy linda y original. El Palacio y sus jardines son muy bonitos y austeros.

Una de las cosas que pude observar en Oslo es la utilización que hace la gente local del espacio público. Por ejemplo, los jardines del palacio real no son sólo para que los turistas saquen fotos, sino que los mismos habitantes los usan para comer, descansar, leer. Lo mismo que el parque Vigeland, y demás parques por los que pasé. Y otra cosa que define un poco la arquitectura de esta ciudad es que puede convivir desde la casita de Heidi, hasta el Palacio Real, los edificios del siglo que viene, y los de estilo imperial, con las iglesias de cúpulas verdes, y todo lo que se pueda encontrar en una ciudad (rica, claro está). Hay para todos los gustos. Oslo es cosmopolita a más no poder, al menos en su fachada.



La casa donde me alojé estaba ubicada en otro municipio que limita con Oslo, llamado Asker, a unos veinticinco km (18 minutos EXACTOS de tren). El pueblo es extenso, pero con poca densidad de población. Las construcciones son bajas, amplias y con jardines. Está ubicado frente al mar, atravesado por ríos y con mucha, mucha vegetación. El relieve es más bien irregular, con subidas, bajadas y curvas. Es un pueblo lindo y tranquilo, con unas vistas preciosas del mar y del fiordo donde se encuentra Oslo.

A la mañana siguiente comenzó el programa, con lo cual tuvimos actividades todo el día. Por la mañana tuvimos algunas charlas, y por la tarde nos llevaron a recorrer Oslo en auto. Visitamos el Museo Marítimo, donde vimos un vídeo de la historia marítima del país y sus diferentes ciudades y pueblos costeros (Noruega es un país cuyas principales actividades económicas provienen del mar, con el petróleo a la cabeza). Luego visitamos la famosa y vertiginosa pista de sky artificial, Holmenkollbakken, ubicada en una colina detrás de la ciudad de Oslo, que durante el verano funciona para hacer canopy, y en invierno se llena de nieve. Los noruegos están muy orgullosos de ese mastodonte de hierro que a mi parecer queda un poco desubicado entre tanta naturaleza. Después seguimos subiendo la misma colina hasta llegar a la cima donde hay un mirador de toda la ciudad y sus alrededores. El entorno natural de Oslo es bellísimo.

En cuanto a las relaciones sociales, ya de entrada uno percibe que el país no aloja a todos, al menos de la manera en que los latinos estamos acostumbrados a ser alojados, es decir desde lo afectivo. La vida en Noruega para el que no es noruego es bastante difícil, porque si bien la gente es solidaria y todo funciona bien, la pertenencia (en el sentido más subjetivo de la palabra) parecería basarse principalmente en haber nacido o no en ese país. Y eso se ve y se siente en la vida cotidiana, en no poder entablar vínculos más allá de la superficialidad o la conveniencia. En general a lo largo de mi corta experiencia de vida en ese país me sentí bastante sola. Y esto me trajo a la memoria una imagen de la Speaker Corner de Londres donde un negro, vestido de policía y con un cartel donde se leía "policía racial", decía algo así como “Si no sos inglés, y de raza aria, nunca vas a ser un inglés. Podés llegar a ser un negro, un chino o un judío nacido en Inglaterra, pero eso no es ser un inglés.”

Y paradójicamente (o no tanto), en Noruega el principal tema social es el de los inmigrantes y refugiados. En este sentido, el estado brinda asistencia a los refugiados por conflictos bélicos o cuestiones políticas. Los refugiados, luego de cumplir con determinados programas educativos y trámites burocráticos, o para usar un término menos feliz pero más apropiado, luego de un extenso proceso de aculturación, pueden acceder a la ciudadanía y a las ayudas sociales y económicas que brinda el estado. En este proceso de transformación a noruego, hay que dejar atrás lo que se trae, lo que se es. En algunas oportunidades es necesario hasta cambiarse el nombre para poder acceder a algún trabajo. No deja de sonar contradictorio. Esto es así con los refugiados, porque con los inmigrantes el trato es otro. Aquellos que llegan a Noruega por cuestiones económicas, porque en su país se mueren de hambre, o no tienen trabajo, no reciben estos beneficios socio-económicos estatales. Están más librados a su suerte.

Oslo es una ciudad que no me invitó mucho a quedarme. Así que el primer fin de semana que tuve libre me saqué un pasaje y me fui a la vecina Suecia, a visitar la grandiosa Estocolmo.


Recomendaciones:


  • Programa de Intercambio CIF (The Council of International Fellowship).
  • Tarjetas de crédito y débito: Se recomienda chequear antes de viajar con el banco emisor, ya que muchos comercios (sobre todo en Dinamarca) sólo aceptan aquellas tarjetas de crédito que tienen el chip electrónico. De lo contrario solicitan un número de PIN que hay que tramitar previamente con el banco (y no corresponde al mismo número para extracción de adelantos en efectivo).
Copenhague
  • Pasaje en tren desde el aeropuerto a la estación central (Københav H.): 36 coronas danesas, 15 minutos.
  • Urban House Hostel. Dirección: Colbjørnsensgade 11, 1652 Copenhague V. Impecable, digno de un Hostel europeo de la mejor estirpe. Aunque la atención muy poco cálida. Lo mínimo y necesario. 36 dólares la cama en habitación compartida.
  • Oficina de información turística de Copenhague. Dirección: Vesterbrogade 4A, 1620 Copenhague V. Es súper completa. Brindan mapas y folletería, y además hay computadoras para poder conocer bien la ciudad barrio a barrio y ver que cosas hacer en cada lugar.
  • SandesmanNew Europe. Tours a pie y a la gorra altamente recomedables. Los tours duran alrededor de tres horas y los guias son de primer nivel. También ofrecen otros tipos de tours económicos. 
  • Pasaje de Copenhague a Oslo por Swebus 389 coronas suecas. El bus nada del otro mundo. Los asientos chicos y poco reclinables. Con conexión wifi. 
Oslo
  • La oficina de información turística se encuentra en la estación central de trenes. Otro sitio web interesante y completo es www.visitoslo.com
  • Si se piensa viajar bastante en transporte público, los pases de transporte son más convenientes que los tickets individuales (pasaje en colectivo en Oslo 30 coronas noruegas, pase diario 90 coronas noruegas).
  • Museo Vikingo. Dirección: Huk Aveny 35, 0287, Oslo. 80 / 50 coronas noruegas la entrada (público general / estudiantes).
  • Parque y Museo Vigeland. Dirección: Nobels Gate 32, 0268, Oslo. Visita imperdible.
  • Pasaje de Oslo a Estocolmo por Norwegian Airlines alrededor de 120 dólares ida y vuelta.
 

Escandinavia Parte II



¿Que puedo decir de Estocolmo? Es hermosa, imperial, con construcciones maravillosas, y con la desprolijidad necesaria para sentirla viva. A diferencia de Oslo, cuya perfección de a ratos se torna hostil. Estocolmo es la ciudad europea que uno piensa encontrar, y que supera las expectativas. Debo decir que quedé un poquito enamorada.

Estocolmo está compuesta por varias islas, unidas entre sí por puentes, trenes, subtes, y demás transportes que hacen a la conexión de una ciudad europea. En el centro se ubica una pequeña isla, llamada Gamla Stan, que es el centro histórico de la ciudad. Un lugar verdaderamente precioso, que no se puede dejar de admirar. Cada calle, cada plaza, cada edificio es más bello que el otro. Aquí se ubica el Palacio Real y es el centro turístico por excelencia, con mucha oferta gastronómica y de souvenirs. Cuanto más se aleja uno de las calles más transitadas, este pequeño reducto se torna mágico. No sé cuantas fotos saqué, pero cada vista me parecía aún más linda que la anterior.

A pocos minutos en barco también hay otra isla muy bonita llamada Djugarden, donde hay un gran parque de diversiones, y abundan los espacios verdes. También hay algunos museos. Hermoso lugar para caminar si el día está lindo.

Al norte de Gamla Stan se ubica el distrito más comercial de la ciudad, y la estación central de trenes. No por ello este barrio deja de ser interesante. Las construcciones antiguas están muy bien mantenidas, y se suman algunas más modernas. Es una zona de mucho movimiento, que conserva la característica principal de Estocolmo: la belleza.

En esa ocasión me tocó alojarme en un barco. Si, en un barco. Estocolmo ofrece este tipo de alojamientos que resultan económicos para los que viajan con poco presupuesto. Tal vez no tienen las comodidades de un hostel, pero es una opción interesante y original. El mío estaba ubicado justo frente a la ciudad vieja, con lo cual la vista era privilegiada.

El día siguiente, como parece ser habitual en esta época del año, amaneció con lluvia. En Oslo también tuve muy mal tiempo. Los lugareños decían que eso era señal de que el otoño ya había comenzado, con lo cual el otoño no debe ser una estación muy amigable para el turista. Pero bueno, cuando uno está de paseo, con lluvia o con sol, hay que recorrer igual. Por la mañana visité el Museo de fotografía, Fotografiska. Para los amantes de este arte es una visita imperdible (y para los que no, puede ser que también). Es un museo de lujo, con una calidad artística y unas instalaciones excelentes. 

Luego caminé un rato por la zona ubicada al sur de la ciudad vieja. Una zona más residencial, con plazas y edificios. Esta zona está en un sector alto de la ciudad, con lo cual hay escaleras y calles empinadas. Fue una hermosa caminata, pese a la lluvia. A diferencia de la parte situada al norte de la ciudad vieja, esta zona conserva la arquitectura más tradicional, así que es un lugar para caminar sin rumbo y disfrutar de la belleza de las calles.

Más tarde y con una lluvia que cada vez se hacía más copiosa, hice la visita al Palacio Real, la cual resultó muy entretenida. El palacio no es tan lujoso como Versalles pero mucho más distinguido. Luego, la caminata me llevó para el edificio del City Hall, desde donde además de apreciar la construcción, se puede tener una hermosa vista de la ciudad vieja y alrededores. Y ya contando las horas para volver, no quedó más opción que recorrer un poco la zona comercial y sus galerías. Obviamente sin la posibilidad de comprar absolutamente nada.



Estocolmo me resultó considerablemente más amigable que Oslo. Además de su belleza incomparable. También se nota que es una ciudad mucho más multicultural. En este sentido, Oslo pareciera una ciudad homogénea, diferente a casi todas las ciudades europeas, donde la constante inmigración deja su marca. Parece que Oslo no tiene marcas, o se las tapa. También es notorio en Estocolmo la cantidad de inmigrantes y refugiados pidiendo en las calles y estaciones (mayormente parecían gitanos, de Europa del este o países de Medio Oriente). Si bien en Oslo esto también está en la agenda del día, no se ve la misma cantidad. Tal vez la lluvia favoreció su concentración en las estaciones, no lo sé, pero me resultó notorio.

Luego del paseo por la maravillosa Estocolmo que me renovó las energías, decidí darle una nueva oportunidad a Oslo, ciudad tan linda como fría. Por la mañana decidí por primera vez escuchar música durante el trayecto a la universidad. No suelo hacer esto, porque me gusta escuchar el movimiento de las ciudades que visito, pero allí había más silencio que otra cosa, así que preferí distraerme con mi música. La noche anterior, cuando viajé del aeropuerto a mi casa, tomé conocimiento que en los trenes de Oslo hay vagones para hacer silencio. Anteriormente, en alguna ocasión me subí en algún vagón donde no se escuchaba el anuncio de las estaciones por el altoparlante. Yo claramente pensé que tal vez no estaría funcionando ¿qué otra cosa iba a pensar? Pero no. Acá todo funciona, y en los vagones silenciosos el altoparlante está, obviamente, en silencio. Resultó ser que esa noche de regreso del aeropuerto, me subí en uno de esos vagones sin darme cuenta, y me puse a hablar por teléfono con mi novio. Un hombre se paró, me miró no muy amablemente y me hizo la señal de silencio con el dedo índice en sus labios, y acto seguido me señaló un cartel casi imperceptible de una figura humana haciendo el mismo gesto. Así que corté el teléfono y me quedé malhumorada. La mañana que decidí escuchar música, estaba muy contenta con mis auriculares mirando el paisaje, cuando una señora se me acercó y me indicó (en Noruega las cosas se indican) que apagara mi música porque estábamos en un vagón silencioso. Y tristemente apagué la música para volver al silencio nórdico.

Para mi, y esto es una apreciación muy personal, Oslo es como una persona perfecta, hermosa, pero sin gracia, sin energía, sin una cuota de rebeldía. En el tiempo que estuve viviendo en esa ciudad no pude descubrir cómo la gente se divierte (obviamente pensado desde mi óptica de cómo la gente debe divertirse). No escuché música sonando en ningún lugar, ni grupos de gente pasando un buen rato. Seguramente de turista hubiese tenido otra experiencia. Por otro lado, los noruegos permanentemente hablan de "la cultura Noruega", que tiene que ver con la puntualidad, el orden, la calma, y la satisfacción que da saber que todo funciona. Seguramente eso haga en gran parte a su manera de vivir bien, a su felicidad, pero realmente no lo sé. No pude descubrirlo. Es muy difícil saber que siente, que piensa, o que le sucede a un noruego.

Otro rasgo de la cultura noruega es tener una “cabin”. Muchos noruegos, por generaciones, tienen casas de fin de semana, a las que llaman cabin. Algunos las tienen en la montaña, y otros en las islas y fiordos. Y otros las tienen en ambos sitios. Son casas pequeñas, a veces sin electricidad ni servicios, donde van a descansar en familia. Es una costumbre muy típica del país, algo así como nuestra costumbre de tomar mate. Y bueno, es un país rico, por donde se lo mire y realmente se nota, no sólo en lo que concierne a la ciudad y sus servicios, sino en la calidad de vida de la gente. Sin embargo, en una de las charlas que tuvimos nos dijeron que pese a ello no tienen el índice de felicidad más alto, sino que el premio se lo llevan los latinos. Los dichos populares no son tontos, y el dinero no compra la felicidad.

El programa incluía algunos días en un pueblo a unas dos horas de Oslo llamado Skien. El trayecto que une ambos lugares tiene unos paisajes de cuento. Montañas llenas de pinos, arroyos y lagos. La naturaleza noruega es extraordinaria. Skien es un pueblo pequeño, donde se mezclan edificios nuevos de pocos pisos, con las típicas casas de madera y amplios jardines. El entorno natural de montañas y pinos le da un aspecto muy bonito, porque el pueblo en sí no tiene nada del otro mundo. No sé si fue porque era el interior, y como en todo interior la gente es más amable, pero allí sentí un ambiente más ameno que en Oslo.

De Skien nos fuimos a pasar el fin de semana a la cabaña de uno de los organizadores del programa, en un lugar llamado Skåtøy. El viaje desde Skien fue de casi dos horas, y tuvo un primer tramo en auto, y un segundo tramo en lancha. El paisaje de aquella zona es muy bello. Vendría a ser una especie de delta del Tigre, pero con mar, islas y fiordos, llenos de pinos y vegetación. En cada isla se pueden ver decenas de estas casas de fin de semana, que dan cuenta del buen vivir del pueblo noruego (o al menos de gran parte del mismo). 

Skåtøy es un lugar ideal para descansar, lleno de calma y silencio. Aunque según mi parecer, toda Noruega está llena de calma y silencio... En fin, en estas islas hay todavía más calma y más silencio. El lugar es ideal para relajarse, hacer caminatas y paseos en lancha. En uno de los paseos visitamos Kragerø, un pueblito marítimo muy pintoresco, con callecitas empinadas y casas que miran al mar. Y como de costumbre por estos días, la lluvia se hizo presente y me acompañó hasta que finalmente dejé ese país.



Mi experiencia en Noruega fue muy diferente a mis otras experiencias de viaje. Tal vez el hecho de estar sola en un país que no te integra me dejó algunos recuerdos un poco amargos. Y obviamente no es lo mismo estar viajando que estar estudiando y tener que organizar una rutina en un lugar donde uno no se siente alojado y cómodo. 

Noruega es un país de unos paisajes bellísimos. Su entorno natural es extraordinario. Oslo no me dejó ningún recuerdo remarcable. Sólo la imagen de su perfección, y esa sensación de que todo funciona bien, que viene de la mano con la sensación de que nada puede sorprenderte. Y realmente nada me sorprendió. Oslo es una ciudad linda, prolija, donde la gente es el reflejo de la ciudad. Tiene ciertos lugares interesantes, pero la falta de espontaneidad la tornaba de a ratos aburrida para mi gusto. Los lugares que visité al interior de Noruega siguen esos mismos parámetros, tal vez en menor escala, y rodeados de naturaleza. Pero mi sensación fue la misma en todos lados.

Recomendaciones:

Estocolmo
  • Pase de transporte de 72 hs (para todos los transportes, incluyendo el viaje al aeropuerto) 230 coroncas suecas. 
  • Traslado desde el aeropuerto al centro de la ciudad: para no pagar ningún extra hay que tomar primero un bus y luego un tren. Sino se puede pagar un plus por tomar el tren desde el aeropuerto. 
  • Información turística: En el mismo aeropuerto. Vale la pena dedicar unos minutos y pasar por la oficina de información. El personal es muy amable, brindan buena información y ofrecen mapas.
  • Hostel-barco Gustaf ar Klint. Dirección: Stadsgårdens Kajplatser 153, 116 45, Estocolmo. 345 coronas suecas cama en camarote para cuatro personas (esto incluye 60 coronas por las sábanas y 60 coronas por el desayuno, ambos opcionales. Las sábanas si no se alquilan es obligatorio llevarlas). El alojamiento no tiene muchas comodidades, pero la ubicación ubicación y el precio inmejorable. El desayuno es muy completo, vale la pena contratarlo.
  • Museo Fotigrafiska. Dirección: Stadsgårdshamnen 22, 116 45, Estocolmo. 120 / 90 coronas suecas (público general / estudiantes). Un museo alucinante. Para los amantes de la fotografía es una visita imperdible.
  • Palacio Real. Dirección: 111 30, Estocolmo. 150 / 75 coronas suecas (público general / estudiantes). Lindo Paseo si hay mal tiempo. Si se cuenta con sólo un día puede obviarse.