Mi viaje por la remota Escandinavia fue diferente a
los viajes que me tienen acostumbrada. El motivo del mismo fue un programa de
intercambio de trabajo social, profesión que estudié y a la cual me dedico.
Dicho programa es internacional y funciona desde hace más de cincuenta años
organizando intercambios profesionales en muchos países del mundo.
En mi caso Noruega fue el país elegido para realizar dicha experiencia. Un
poco por lo lejos, otro poco por lo diferente, y otro poco porque era gratis.
Mi viaje a Noruega tuvo una primera escala en la
maravillosa capital de Dinamarca, Copenhague.
Llegué a esa ciudad alrededor de las cuatro de la
tarde, luego de un largo vuelo desde Buenos Aires, y con toda la ansiedad y la incertidumbre de viajar sola por primera vez. Del aeropuerto muy fácilmente (como funciona todo en los países
escandinavos, muy fácilmente) tomé un tren que me dejó en la estación central de la
ciudad. Dejé rápido todas las cosas en el hostel para aprovechar lo que me
quedaba del día, y salí a recorrer, sin mucho rumbo.
La ciudad es preciosa. Es amplia, pintoresca y conserva
en perfecto estado los edificios y construcciones. En algunas zonas la arquitectura antigua se
mezcla con la moderna, pero siempre predomina el estilo imperial. También tiene
esa cuota de rebeldía, de graffiti, de cultura urbana, que hace que la ciudad
tenga esa contradicción agradable. Copenhague es bella y llena de vida. Los
palacios, los edificios de gobierno, las iglesias y los monumentos son
impresionantes. La ciudad está bañada por canales que reflejan edificios de
colores. Los parques y flores tienen un lugar privilegiado en la estructura de
la ciudad, y ni que hablar de las bicicletas, dueñas y señoras de todas y cada una de las calles.
Salí del hostel y luego de rodear la estación central
y el Parque Tívoli (un parque de diversiones muy antiguo y famosísimo en
Dinamarca), tomé la calle Tietgensgade (los nombres de las calles son
imposibles de leer y ni que hablar de pronunciar). Pasé por "la
city", la zona céntrica de la ciudad, la plaza del Ayuntamiento, y por
unos cuantos edificios importantes como el museo de arte Carlsberg Glyptokek,
el Christianborg Palace, la bolsa de comercio, y el Royal Danish Theater, entre
otros. Los edificios son dignos de apreciar aunque más no sea por fuera.
Finalmente llegué a la calle Nyhvan, famosa por su canal donde amarran decenas
de barcos.
Según cuenta la leyenda, los barcos que se atracaban en ese canal quedaron encerrados porque uno de los puentes de entrada se derritió por el calor y no pudieron sacarlos más. Así que ahora son parte de la decoración de la preciosa calle Nyhavn. Y, a la ya interesante decoración de los barcos prisioneros se suman los edificios de colores. Además, la calle está llena de barcitos y restaurantes, por lo que se torna un lugar privilegiado para el paseo de turistas y locales. En tiempos remotos, este sector de la ciudad era el puerto donde llegaban los marineros, y estaba categorizado como una especie de antro de prostitución y alcohol. Luego se pidió a las autoridades de la ciudad que se controlara esa situación, y después de una época de decadencia se reflotó y pasó a ser el hermoso canal que se ve hoy. Allí me quedé un rato contemplando el atardecer, me comí un shawarma con una cerveza y volví caminando por la calle Stroget, una calle peatonal, muy bonita y súper comercial, donde se encuentran desde las tiendas de ropa más globalizadas, hasta los principales diseñadores.
Según cuenta la leyenda, los barcos que se atracaban en ese canal quedaron encerrados porque uno de los puentes de entrada se derritió por el calor y no pudieron sacarlos más. Así que ahora son parte de la decoración de la preciosa calle Nyhavn. Y, a la ya interesante decoración de los barcos prisioneros se suman los edificios de colores. Además, la calle está llena de barcitos y restaurantes, por lo que se torna un lugar privilegiado para el paseo de turistas y locales. En tiempos remotos, este sector de la ciudad era el puerto donde llegaban los marineros, y estaba categorizado como una especie de antro de prostitución y alcohol. Luego se pidió a las autoridades de la ciudad que se controlara esa situación, y después de una época de decadencia se reflotó y pasó a ser el hermoso canal que se ve hoy. Allí me quedé un rato contemplando el atardecer, me comí un shawarma con una cerveza y volví caminando por la calle Stroget, una calle peatonal, muy bonita y súper comercial, donde se encuentran desde las tiendas de ropa más globalizadas, hasta los principales diseñadores.
Copenhague no es una ciudad fácil para manejarse. De
hecho lo fácil es perderse y dar vueltas en círculo, por más que uno tenga el
mapa en la mano. A los nombres difíciles de las calles se suma que ninguna es
recta, que casi todas se cortan, después vuelven, cambian de nombre cuadra a
cuadra, se hacen más chicas, más grande, cambian de sentido. En fin,
complicado. Lo bueno es que cada vez que uno se pierde termina viendo algo más
lindo que lo que buscaba.
Además, como me habían advertido, es una ciudad cara.
Un vaso de cerveza chico ronda entre los 5 y los 7 euros, un hot dog alrededor
de 5, y un shawarma más o menos lo mismo. Por suerte los árabes se instalaron
por toda Europa, así que el shawarma y el kebab son siempre la mejor opción.
Si bien Copenhague tiene la fama de re contra hiper
primer mundo, también hay gente en la calle, mucha alcoholizada, o pidiendo
limosna, sobre todo en las zonas más céntricas. Y realmente me quedé asombrada
de la cantidad de alcohol que toma la gente (y eso que yo no soy ninguna abstemia).
En todas las esquinas se ven jóvenes (algunos muy jóvenes) con cajones de
cervezas y otras bebidas, tomando a más no poder, haciendo competencias de
quien toma más, o más rápido. Hombres y mujeres. Alrededor de la estación
central hay un clima bastante áspero, con muchos hombres medio arruinados,
grandes y no tanto, tomando alcohol. Pero así y todo cada cual está en la
suya y nadie molesta a nadie.
El día siguiente amaneció con mucha lluvia, así que
caminé unas cuadras y me metí en la oficina de información turística que está
muy bien armada, con mapas, guías y hasta computadoras interactivas. De ahí me
fui a hacer un tour a la gorra con los Sandemans New Europe (que ya conocía de
haber hecho tours con ellos en otras ciudades, y los sigo recomendando). El tour
nos llevó por el centro histórico, empezando por el Ayuntamiento y pasando por
Palacios, monumentos y canales, para terminar en el Palacio de Amalienborg,
desde donde se aprecian los majestuosos edificios de la Ópera y la Iglesia de
Mármol. Luego del tour fui a conocer a Celeste, mi contacto en Copenhague, que
me llevó a conocer su preciosa casa, donde muy amablemente me alojó a mi
vuelta de Noruega.
Por la tarde, y ya con poco tiempo, fui al Palacio
Christianborg y subí a su torre desde donde se puede apreciar una hermosa vista
panorámica de la ciudad (y por suerte es gratis). De allí fui a visitar la
modernísima biblioteca conocida como el Diamante Negro, un gran cubo de vidrio
negro que parece que se cae sobre el canal a orillas del cual está construida.
Valió la pena apreciar esa construcción tanto por fuera como por dentro (también gratis).
Ya de regreso al hostel, preparé mis cosas y me fui a tomar
el bus rumbo a Oslo, y que me haría conocer la megaestructura del puente
Oresund, que resultó ser sólo un puente. Muy largo, pero no tan impactante como
pensaba que iba a ser. Supongo que a los ingenieros o arquitectos les debe
fascinar. Yo como no sé nada ni de arquitectura ni de ingeniería tan sólo me
pareció largo. Y a mi desconocimiento en materia de construcciones se sumó que
era de noche, así que la vista tampoco fue mucha. Lo que si me sorprendió
fue lo grande y luminosa que resultó ser Malmo, la ciudad sueca que recibe a
los que cruzan el Oresund. Y linda, muy linda, por lo que se podía apreciar
desde el micro. Yo me imaginaba un pueblito de frontera como el Chuy. Pero no,
absolutamente nada que ver con el Chuy.
Llegué a Oslo a las 4:45 am, con una ciudad que
empezaba muy lentamente a aclarar. Oslo, a primera vista es una ciudad muy
moderna en sus construcciones, muy distinta a Copenhague o a otras ciudades
europeas que conocí. Apenas llegué a la terminal de micros quise dejar mi
valija en un locker, el cual sólo aceptaba coronas noruegas. Me acerqué a un
kiosko para ver si podía comprar algo con coronas danesas o euros, pero no se
podía. Sólo coronas noruegas. El buen hombre, desconociendo la situación de mi
país, me indicó amablemente donde había un cajero automático (iba a tener que
tratar por esa vía). Le pregunté a cuanto estaba la corona Noruega respecto del
euro, para saber cuánto dinero sacar del cajero, y me dijo algo así como
"la bolsa Noruega cayó cuatro puntos esta semana, el euro está bajando. No
sé qué decirte, puede que el euro este entre 8 y 9 coronas. Estamos en
crisis". ¿Crisis? ¿¿¿Crisis??? Yo tengo un dólar oficial, uno paralelo, uno
ahorro y uno tarjeta. Así que sin entender mucho el concepto noruego de crisis,
me fui al cajero a sacar lo mínimo e indispensable porque en mi país si que no sabia cuánto iba a valer eso cuando regresara.
Apenas llegué, y siendo tan temprano decidí caminar
por los alrededores de la estación de trenes, que es también el centro de Oslo.
Si bien a esa hora aún no había movimiento, pude imaginar una ciudad pujante,
que se esfuerza por verse cada vez más grande y moderna, como queriendo
mandarse un poco la parte. Oslo tiene edificios construyéndose por donde se
mire. Las construcciones son muy modernas y con diseños muy originales, como la
famosísima Ópera de Oslo, ubicada frente al mar, construida en vidrio y mármol.
Caminando un poco desemboqué en lo que a mi parecer era el barrio árabe, donde se ven construcciones un poco más dejadas. Apenas comenzaron a abrir los
negocios, y como siempre hago, fui a la oficina de turismo que estaba en la
estación de trenes para buscar mapas e información. Saqué una tarjeta diaria de
transporte y arranqué el primer paseo por esa ciudad que me alojaría (en el sentido más literal de la palabra)
durante las siguientes tres semanas. En Oslo, como en la mayoría de los países
de Europa, hay pases de transporte además de los tickets individuales, y si se
piensa viajar bastante, son convenientes.
El transporte público en Noruega es perfecto. No tengo una
palabra mejor para describirlo. Todo limpio, todo señalizado, todo a tiempo.
Así cuesta también.
Mi primera parada fue el Museo de los Barcos Vikingos,
más para homenajear a mi novio y a mi hermano, que por gusto personal. Igual
estuvo bien. El museo es pequeño y exhibe dos enormes barcos vikingos, y otro
más chico y menos conservado, que datan del 900 a. C. También se exhiben otros
objetos vikingos hallados. Pero lo que más me gustó del museo fue recorrer el
barrio en el que está situado. Un barrio precioso, tranquilo, de casas bajas y
mucho verde. A medida que uno se aleja del centro de la ciudad, los barrios
comienzan a tornarse menos densos en construcciones, más verdes, y con casitas de
cuento, con flores y jardines. Los alrededores del centro de la ciudad están
repletos de bosques y espacios verdes.
Del Museo Vikingo pasé por el del Holocausto, una casa
muy bonita rodeada de parque (a la que no entré porque las entradas no son
económicas), y me tomé otro bus hasta el parque Vigeland, paseo obligado en
esta ciudad.
Adolf Gustav Vigeland fue un escultor noruego muy
reconocido, contemporáneo, que debe su fama al parque que lleva su nombre. En
dicho espacio se pueden apreciar varias de sus esculturas. En su mayoría
interpretan relaciones humanas cotidianas: parejas de amantes, niños jugando,
padres e hijos, personas mayores y demás. El trabajo del escultor es magnífico,
y el parque en sí es hermoso, todo perfectamente cuidado, lleno de
canteros de flores que parecen plantadas con una regla, una escuadra y un
transportador. También allí se encuentra un museo que expone más obras de su autoría.
Después de apreciar las esculturas, y habiendo dormido muy poco, me uní a
otros tantos y me tiré a dormir en el césped perfectamente cortado.
Volviendo para el lado del centro caminé por la Kogens
Gate, una calle muy comercial, donde están las diferentes tiendas de ropa y
otros accesorios. Luego pasé por la Catedral, donde en su placita almorcé una
ensalada de supermercado (excelente opción gastronómica que ofrecen
estas ciudades tan caras), y ya que estaba a un par de cuadras, caminé hasta el
Palacio Real. La caminata es muy linda. Para llegar al Palacio desde la
Catedral se pasa por el Parlamento y se camina por un boulevard lleno de fuentes,
flores y esculturas, y de paso se puede apreciar también el edificio del Teatro
Nacional que tiene una fuente muy linda y original. El Palacio y sus jardines
son muy bonitos y austeros.
Una de las cosas que pude observar en Oslo es la utilización
que hace la gente local del espacio público. Por ejemplo, los jardines
del palacio real no son sólo para que los turistas saquen fotos, sino que los
mismos habitantes los usan para comer, descansar, leer. Lo mismo que el parque
Vigeland, y demás parques por los que pasé. Y otra cosa que define un poco la
arquitectura de esta ciudad es que puede convivir desde la casita de Heidi,
hasta el Palacio Real, los edificios del siglo que viene, y los de estilo imperial,
con las iglesias de cúpulas verdes, y todo lo que se pueda encontrar en una
ciudad (rica, claro está). Hay para todos los gustos. Oslo es cosmopolita a más
no poder, al menos en su fachada.
La casa donde me alojé estaba ubicada en otro
municipio que limita con Oslo, llamado Asker, a unos veinticinco km (18 minutos
EXACTOS de tren). El pueblo es extenso, pero con poca densidad de población. Las
construcciones son bajas, amplias y con jardines. Está ubicado frente al mar, atravesado
por ríos y con mucha, mucha vegetación. El relieve es más bien irregular, con
subidas, bajadas y curvas. Es un pueblo lindo y tranquilo, con
unas vistas preciosas del mar y del fiordo donde se encuentra Oslo.
A la mañana siguiente comenzó el programa,
con lo cual tuvimos actividades todo el día. Por la mañana tuvimos algunas
charlas, y por la tarde nos llevaron a recorrer Oslo en auto. Visitamos el
Museo Marítimo, donde vimos un vídeo de la historia marítima del país y sus
diferentes ciudades y pueblos costeros (Noruega es un país cuyas principales
actividades económicas provienen del mar, con el petróleo a la cabeza). Luego visitamos la famosa y vertiginosa pista de sky artificial,
Holmenkollbakken, ubicada en una colina detrás de la ciudad de Oslo, que
durante el verano funciona para hacer canopy, y en invierno se llena de nieve.
Los noruegos están muy orgullosos de ese mastodonte de hierro que a mi parecer
queda un poco desubicado entre tanta naturaleza. Después seguimos subiendo la
misma colina hasta llegar a la cima donde hay un mirador de toda la ciudad y sus
alrededores. El entorno natural de Oslo es bellísimo.
En cuanto a las relaciones sociales, ya de entrada uno
percibe que el país no aloja a todos, al menos de la manera en que los latinos
estamos acostumbrados a ser alojados, es decir desde lo afectivo. La vida en
Noruega para el que no es noruego es bastante difícil, porque si bien la gente
es solidaria y todo funciona bien, la pertenencia (en el sentido más subjetivo
de la palabra) parecería basarse principalmente en haber nacido o no en ese
país. Y eso se ve y se siente en la vida cotidiana, en no poder entablar
vínculos más allá de la superficialidad o la conveniencia. En general a lo
largo de mi corta experiencia de vida en ese país me sentí bastante sola. Y
esto me trajo a la memoria una imagen de la Speaker Corner de Londres donde un
negro, vestido de policía y con un cartel donde se leía
"policía racial", decía algo así como “Si no sos inglés, y de raza
aria, nunca vas a ser un inglés. Podés llegar a ser un negro, un chino o un
judío nacido en Inglaterra, pero eso no es ser un inglés.”
Y paradójicamente (o no tanto), en Noruega el
principal tema social es el de los inmigrantes y refugiados. En este sentido,
el estado brinda asistencia a los refugiados por conflictos bélicos o cuestiones
políticas. Los refugiados, luego de cumplir con determinados programas
educativos y trámites burocráticos, o para usar un término menos feliz pero más
apropiado, luego de un extenso proceso de aculturación, pueden acceder a la
ciudadanía y a las ayudas sociales y económicas que brinda el estado. En este
proceso de transformación a noruego, hay que dejar atrás lo que se trae, lo que
se es. En algunas oportunidades es necesario hasta cambiarse el nombre para
poder acceder a algún trabajo. No deja de sonar contradictorio. Esto es así con
los refugiados, porque con los inmigrantes el trato es otro. Aquellos que
llegan a Noruega por cuestiones económicas, porque en su país se mueren de
hambre, o no tienen trabajo, no reciben estos beneficios socio-económicos
estatales. Están más librados a su suerte.
Oslo es una ciudad que no me invitó mucho a quedarme.
Así que el primer fin de semana que tuve libre me saqué un pasaje y me fui a la
vecina Suecia, a visitar la grandiosa Estocolmo.
Recomendaciones:
- Programa de Intercambio CIF (The Council of International Fellowship).
- Tarjetas de crédito y débito: Se recomienda chequear antes de viajar con el banco emisor, ya que muchos comercios (sobre todo en Dinamarca) sólo aceptan aquellas tarjetas de crédito que tienen el chip electrónico. De lo contrario solicitan un número de PIN que hay que tramitar previamente con el banco (y no corresponde al mismo número para extracción de adelantos en efectivo).
- Pasaje en tren desde el aeropuerto a la estación central (Københav H.): 36 coronas danesas, 15 minutos.
- Urban House Hostel. Dirección: Colbjørnsensgade 11, 1652 Copenhague V. Impecable, digno de un Hostel europeo de la mejor estirpe. Aunque la atención muy poco cálida. Lo mínimo y necesario. 36 dólares la cama en habitación compartida.
- Oficina de información turística de Copenhague. Dirección: Vesterbrogade 4A, 1620 Copenhague V. Es súper completa. Brindan mapas y folletería, y además hay computadoras para poder conocer bien la ciudad barrio a barrio y ver que cosas hacer en cada lugar.
- SandesmanNew Europe. Tours a pie y a la gorra altamente recomedables. Los tours duran alrededor de tres horas y los guias son de primer nivel. También ofrecen otros tipos de tours económicos.
- Pasaje de Copenhague a Oslo por Swebus 389 coronas suecas. El bus nada del otro mundo. Los asientos chicos y poco reclinables. Con conexión wifi.
- La oficina de información turística se encuentra en la estación central de trenes. Otro sitio web interesante y completo es www.visitoslo.com
- Si se piensa viajar bastante en transporte público, los pases de transporte son más convenientes que los tickets individuales (pasaje en colectivo en Oslo 30 coronas noruegas, pase diario 90 coronas noruegas).
- Museo Vikingo. Dirección: Huk Aveny 35, 0287, Oslo. 80 / 50 coronas noruegas la entrada (público general / estudiantes).
- Parque y Museo Vigeland. Dirección: Nobels Gate 32, 0268, Oslo. Visita imperdible.
- Pasaje de Oslo a Estocolmo por Norwegian Airlines alrededor de 120 dólares ida y vuelta.