La elección es subjetiva, lo sé. Pero qué
elección no lo es. Cuando después de los largos días de paseo me sentaba un
momento en la cama de algún hostel (o con un poco más de suerte de algún hotel),
a repasar el día en imágenes, estas por algún motivo me emocionaron o me
robaron una sonrisa. Entonces, más allá del valor estético que seguramente les
encuentro, hay un valor un poco más profundo. Son imágenes que no me canso de
mirar, y sólo basta que aparezcan para que mi memoria reviva otro montón de
imágenes, sensaciones y emociones. Hay y habrá muchas más fotografías seguramente,
pero estas no podían quedar afuera de esta primera entrega.
Espero que las disfruten.
Firenze, Italia. Cuna de las bellas artes, y de la
magnificencia de una época donde florecieron algunas de las personalidades más grandes de
la historia. El Ponte Vecchio adorna un río que en cualquier otra parte del
mundo podría pasar desapercibido. Pero no en esta ciudad donde se respira
genialidad y belleza en casi todos sus rincones. Ahora, si se logra obviar el
hecho de que se está pisando el mismo suelo que el David de Miguel Ángel, podemos
perdernos y encontrarnos con alguno de los típicos recovecos italianos, que nos
esperan como queriendo jugar a las escondidas. Aquí uno de ellos.
En Roma es imposible huir de la millonada de turistas que
pueblan sus calles. Pero la popularísima Piazza Navona me ofreció,
paradójicamente, un respiro. Tal vez la actitud distendida de los artistas que
hacen suya la plaza logra que uno se aparte de la vorágine romana. Sin dudas
una de las plazas más lindas que conocí.
Estaba claro que uno de los objetivos de la visita a París era
incorporar a nuestro cuerpo y alma todo lo posible en materia de gastronomía.
Mi hermana tenía prolijamente anotado en su libretita, como quien anota una
prescripción médica, cada lugar y cada bocado a probar. La patisserie Fauchon
fue de visita obligada, y su torta ópera la vedette de la ocasión. Pese a que
la vidriera ofrecía una gran variedad de productos más que atractivos, ella era
la elegida. Así que una vez que estuvo prolijamente servida en su bandejita
dorada, con los cubiertos al tono, nos dispusimos a disfrutar del manjar,
rodeadas de sandwiches envasados en estuches plásticos con cierres herméticos.
Durante varios días pasamos por la Torre Eiffel con el
objetivo de subir, pero siempre la fila de turistas nos hacía cambiar de
dirección y dejar la visita para otro momento. En París nos acompañó bastante
la lluvia. Pero parece que también la suerte. Así que, el día en que ya no
teníamos más opción que subir, el clima se puso maravilloso, y la fila fue lo
suficientemente lenta y lo suficientemente rápida como para poder ascender a
pleno sol y contemplar el atardecer desde las alturas de la torre. Cuando por
fin bajamos, los colores eran dignos de una pintura de Pop Art.
Quien ha tenido la suerte de conocer Brujas,
sabrá, sin lugar a dudas, que la ciudad está sacada de algún cuento de hadas.
No me hubiese sorprendido ver algún duende, o alguna casita de chocolate a la
espera de Hansel y Gretel. Cuando vi esta foto sentí que la ciudad quedaba perfectamente
reflejada.
Phnom Penh, Camboya. Una ciudad muy pobre y con una
historia de muchísimo sufrimiento, pero también una ciudad donde se encuentran
las sonrisas más lindas que conocí. Estar en ese lugar me produjo una
conmoción muy grande, por su historia, pero también porque aprendí que la
alegría puede sanar hasta el más profundo dolor. Los camboyanos con sus
sonrisas me enseñaron eso.
Nunca había visto una monja (femenino de monje). De hecho
no sabía de su existencia. Bueno, ella es una.
El calor era agobiante. Salíamos de los Campos de la
Muerte de Choueng Ek, en Phnom Penh. La visita a ese lugar había sido realmente
terrible. Las cosas vistas y escuchadas me habían estremecido durante todo el
recorrido. Luego, nuestro tuk tuk driver nos llevó a una pagoda un tanto
escondida. Nos dijo que ya habíamos visto mucho dolor, y que sería bueno
alegrar el alma. Y ahí estaban estas dos niñas camboyanas, con sus enormes
sonrisas. Les pedí si podía sacarles una foto y las dos posaron alegremente.
Después me pidieron verla, y al irnos de la pagoda, nos saludaban desde la
bicicleta.
En Guatemala fue la primera vez que me encontré con una
estética totalmente diferente a la que estaba acostumbrada a ver. Antigua
Guatemala, pese a ser la ciudad más importante del país junto a Guatemala City,
aún conserva las tradiciones aborígenes, sus trajes típicos y sus colores. Eso
sí, la gente no gusta demasiado de ser fotografiada, así que uno corre la
suerte de paparazzi, o en su defecto, de dador de propinas por la foto tomada.
San Juan fue un viaje muy especial desde lo emocional.
Viajamos con mi hermana. Desde San Juan capital fuimos unos días a conocer un
pueblo entre la cordillera y la pre cordillera, llamado Barreal. No estaba en
nuestros planes iniciales, y de hecho estuvimos por no ir. Y la verdad hubiese
sido una pena. Barreal es un lugar de una paz inexplicable, y su paisaje es hermoso. Minutos después de sacar esta foto, con mi hermana vimos tantas estrellas fugaces que se nos acabaron los deseos.
El Malecom de La Habana. Mi lugar preferido en el mundo, tal vez. Ese día fue el primero que lo vi. Bajaba por la avenida del hotel Habana Libre, y me sorprendió de golpe la inmensidad de ese mar azul. Fue amor a primera vista. Mi boca le quedaba chica a mi sonrisa. El aire, el mar, la música, la historia, la gente que camina y se moja cada vez que alguna ola rompe contra su muralla... Todo hace que ese lugar sea maravilloso.
Calor, calor, humedad, olores, más calor, más olores. La
ropa que no da abasto. Bangkok es una ciudad que no permite relajarse. Pero
también ofrece vistas inigualables, como la del Wat Arun, al otro lado del río.
Desentona absolutamente. Y me gustan las cosas que desentonan.
Y la contradictoria Bangkok ofrece la locura de la ciudad,
y la espiritualidad de sus templos, con sus niños y sus monjes salidos de
alguna leyenda, o traídos desde el pasado. Esta imagen me pareció muy tierna.
Entramos al templo con la idea de acaparar alguno de los ventiladores de pie
que siempre hay al interior de los mismos para aliviar tanto calor, y nos
encontramos con un grupo de niños cuasi hipnotizados por lo que les contaba el
monje. Me senté un rato sólo para absorber un poco de ternura entre tanto caos
cosmopolita. Me hubiese gustado entender de que hablaba el buen señor, aunque
prefiero fantasear con algún cuento de super héroes ninjas vestidos de naranja furioso.
Nunca me había pasado de llegar a un lugar y no saber con
certeza si iba a poder cruzar la calle. Hanoi me hizo pensar en un primer
momento que mi estadía se limitaría a las cuatro cuadras de la manzana donde se
ubicaba el Hotel Marriotte. Por suerte la necesidad desarrolla el talento, y
como para alimentarnos había que si o si cruzar alguna calle, no hubo más
opción. Después de unas horas, ya me sentía una transeúnte habitué. Hanoi debe
ser sin dudas una de las ciudades más caóticas y desprolijas que conocí en mi
vida. El estímulo de imágenes y sonidos puede resultar hostil. O fascinante,
como fue en mi caso. Hanoi me recibió con su anti esteticismo maravilloso, con
su gente hermosa, con un festejo de Año Nuevo, del año de la Serpiente, y con sus
millones de vietnamitas augurando buenos deseos.
En Hanoi nada se detiene nunca. NUNCA. Los negocios
parecieran no cerrar, y los recepcionistas de los hoteles no dormir.
Tal vez esta foto me trae a la retina ese movimiento constante.
Recién llegados a Hanoi teníamos que hacer tiempo para ver el famosísimo espectáculo de marionetas acuáticas, que más tarde comprobaríamos que era un engaño dirigido a turistas europeos en busca de cosas bizarras. Mientras esperábamos ansiosos que se hiciera la hora de la función, recorrimos el lago Hoan Kiem, ubicado en el centro de la ciudad. El lago estaba rodeado de vietnamitas dignos de ser fotografiados. Y particularmente los niños parecen estar preparados
desde su nacimiento para ese fin. Estas nenas hermosas estaban jugando con su mamá y yo sentía que me gritaban “¡sacanos una foto!”.
Este fue el primer día del Año Nuevo Chino. Era feriado, y
salíamos de la casa de Tuan, un vietnamita que nos había invitado
a almorzar con su familia. Fue uno de los días más especiales que me tocó vivir
en un viaje. Son esas ocasiones en las que uno siente que está en el lugar justo
en el momento exacto. Las padogas vietnamitas se poblaron de gente para recibir
el nuevo año con rezos, encendido de velas y sahumerios. Pocas veces vi una
acumulación de gente tan grande. Creo que sólo la supera alguna escena vista en Ho Chi Minh, en ese
mismo país.
El Delta del Mekong, el río más importante de Asia. Cuando estoy en tierra firme tengo
alguna noción de territorialidad, de saber donde estoy parada. Esa noción me es
absolutamente ajena cuando estoy en el agua. Es una sensación entre vertiginosa
y placentera, la de no saber donde estoy. Me gusta mucho esa sensación.
Y si, voy a caer en un cliché,
pero Venecia es realmente una de las ciudades más románticas que he conocido.
Es inevitable no fotografiar a los gondolieri con sus camisetas rayadas y sus
gorritos tan simpáticos. Es como la foto en Disney con el Pato Donald. Pero más
allá de sus clichés Venecia es un lugar realmente hermoso. Y aunque seguramente
la vi mil veces en imágenes antes de conocerla, igual me impactó todo el temita
del agua y los canales.
The Sepakers Corner en Londres es
el fino borde entre la multicultiralidad y la locura. No se sabe donde termina
una y empieza la otra. Es asombrante y divertido. Cada cual va con su banquito
a predicar, a una persona, a dos, a veinte o a nadie. Eso sí, con la
caballerosidad que caracteriza a los londinenses, todo transcurre en buenos
términos. Tibio tibio.