Llegamos al aeropuerto JFK de Nueva York a las 6 a.m. de un primero de Enero,
con lo cual muchos de los trabajadores de migraciones estaban de asueto, y
eso nos significó más de una hora y media de espera para efectivamente pisar
suelo americano. Del aeropuerto nos dirigimos a Brooklyn, Crown Heights (líneas 3 y 4 de subte, estación Kingston Av.), barrio judío
ortodoxo donde estaba ubicado nuestro
hotel (Hotel Eshel, del cual no encontré ninguna página web interesante). El
barrio es bonito con casas bajas y arquitectura armónica, lejos de la imagen de
la Nueva York que uno espera encontrarse. El clima en Enero, mucho frío,
afuera. Y calor, mucho calor en los interiores, lo que genera una incomodidad
casi constante de vestirse y desvestirse permanentemente. No hay outfit que
resulte adecuado. Sólo paciencia.
Con sólo dos horas de sueño, más el golpe climático que
significó pasar de cuarenta grados de sensación térmica a menos bastantes,
salimos a dar un primer vistazo a la ciudad más nombrada y filmada del mundo.
Luego de recorrer Crown Heights con todos sus negocios kosher y aquellos
destinados a la vida judía observante, nos tomamos el subte línea 3 rumbo a
Manhattan. Debo decir que el metro y sus estaciones no me generaron ningún tipo
de admiración estética, como sí lo hicieron en los países europeos, pero cabe
destacar que el sistema es muy amplio y conecta toda la ciudad de punta a
punta. También, para aquellos que estamos acostumbrados a manejarnos con un subte limitado, el metro de Nueva York puede resultar un poco confuso al
principio. Hay muchas líneas, con números y letras, y varias de ellas pasan por
el mismo anden. Hay servicios locales (que se detienen en todas las
estaciones), y express (que sólo se detienen en algunas), y dependiendo del día
y/o el horario, pueden funcionar una o ambas. Sólo se trata de prestar
un poco de atención, y preguntar si uno no está seguro. En el peor de los casos
se tendrá que combinar con alguna otra línea, si se toma la equivocada.
Bajamos en la 42 St. en el centro de Manhattan, pleno Times
Square, y por fin apareció Nueva York tal cual la esperaba: una vorágine de
luces, propagandas, gente, negocios, más y más gente comprando, consumiendo,
más luces que te muestran desde publicidades de ropa, coca cola, fast food,
hasta saludos de año nuevo. Movimiento constante. Nada ni nadie se detiene.
Carritos de comida en las esquinas ofreciendo platos de los más diversos
orígenes: hamburguesas, falafel, comida griega, hot dogs. Todo lo cosmopolita
de esta ciudad se puede ver parado en una esquina de la
Broadway Av. y la 45 Street.
El midtown Manhattan es tan abrumador como impactante. Nada
escapa a la locura de estímulos. Si se mira arriba, abajo o a los costados da
igual. En todos lados está pasando algo, sin respiro. Los edificios se muestran
compitiendo por cual es el más alto, original y luminoso. Las tiendas son
asfixiantemente grandes. Entrábamos a los negocios casi sin pensarlo, empujados por la marea
de gente, y salíamos enseguida siguiendo nuestro instinto de supervivencia.
Creo que mi primera impresión fue de encanto y mareo. De no saber que hacer,
que mirar, adonde ir. Después de pasear un rato, la fascinación por las luces
se hizo agobiante y la necesidad de paz insostenible, así que nos
refugiamos en alguna de las calles laterales. La vorágine céntrica se hace un
poco hostil de a ratos. Tal vez las pocas horas de sueño, sumado al hecho de
que haya sido un día feriado ayudó al caos, no sé. Pero todo es multiplicado y
exagerado.
En las calles aledañas encontramos una plaza, el Bryant
Park, con un lindo mercadito con cosas poco accesibles a nuestra moneda
devaluada. De camino hacia allí, se veía el Empire Estate y el edificio
Chrysler, dos emblemas arquitectónicos de la ciudad. Pasamos por algunos
teatros y sus centros de venta de tickets con descuento (donde las letras
iluminadas de las obras que se ofrecen son tan estridentes que creo que uno
elige cualquiera con tal de no seguir mirando el cartel).
Más tarde recorrimos el Rockefeller Center, con su
vertiginosa torre vista desde abajo, su árbol de Navidad gigante y su pista de
patinaje para aficionados, con doscientas personas alrededor que sólo
miran esperando que alguien se caiga.
Nueva York tiene la particularidad de que en cada lugar uno puede encontrarse aglomeraciones de personas mirando cosas totalmente sin sentido para uno.
Nueva York tiene la particularidad de que en cada lugar uno puede encontrarse aglomeraciones de personas mirando cosas totalmente sin sentido para uno.
El día siguiente comenzó a las 4 de la mañana rumbo a Washington D. C. No hay tiempo que perder. Washington fue una visita express, más que a las corridas, y sin mucha moraleja para mi gusto. La ciudad es pulcra, amplia. Por lo menos en su zona céntrica no hay edificios altos, sólo grandes construcciones que en su mayoría son edificios de gobierno o museos. Hay plazas extensas por todos lados. La ciudad mantiene un color y una estética uniforme, armoniosa y aburrida. La primera parada y la más larga, fue el Museo del Holocausto. Conmovedor como todo museo del holocausto, y perfectamente bien puesto como cualquier establecimiento yankee. Casi tan perfecto que hasta uno se olvida que eso fue realidad. Después del museo, y en tiempo récord recorrimos el Museo Smithsoniano de aire y espacio (en Washington hay varios museos de este centro educativo: http://www.si.edu). El tiempo que estuvimos en el museo sólo me alcanzó para un pantallazo general y la tienda de recuerdos, suficiente para mi interés en la materia. De allí conocimos el Capitolio, la Casa Blanca y el Lincoln Memorial, todo a las corridas, mientras oscurecía, la temperatura se hacía cada vez más hostil, y comenzaba a nevar. Y como se preveía, la nevada se hizo cada vez más intensa, y el viaje de vuelta a Nueva York fue de más de ocho horas.
Por la mañana, toda la ciudad se encontraba cubierta de nieve y con una temperatura terriblemente helada. Realmente el frío se siente y mucho. Por un lado fue un placer conocer Nueva York con nieve (ahora realmente entiendo el espíritu navideño), pero por otro limita mucho las posibilidades de caminar y pasear. Se está deseando casi todo el tiempo entrar a algún lugar calefaccionado (y cuando se lo encuentra, uno desea no haberse puesto tanta ropa). El primer paseo del día, desde la parte sur de Manhattan, consistió en tomar el ferry por el río Hudson desde el cual se aprecia la Estatua de la Libertad chiquitiiiiiita, y Manhattan desde lejos, que es una vista preciosa (el paseo en ferry para cruzar el río y volver es gratuito, para llegar hasta la base de la estatua hay que pagar). Luego recorrimos parte del Lower Manhattan, Wall Street, pasando por la St. Paul's Chapel (que estaba cerrada), y subiendo por Brodway Av. llegamos a la famosa Canal St. para adentrarnos en Chinatown y Little Italy, y finalizar comiendo un delicioso hot pastrami en la famosisíma Katz de la Hudson St. (205 E Houston St. http://katzsdelicatessen.com/. 19 dólares el sándwich. Ojo, es para compartir). El Lower Manhattan me gustó mucho. Pierde la espectacularidad y la vorágine de Times Square, para ser un lugar más creíble. Las tiendas, el movimiento callejero y los edificios con sus escaleras por fuera de la estructura tan vistos en diversas series taquilleras, retratan una Nueva York donde uno ya puede encontrarse dentro. Otra vez el frío, que por suerte fuimos atenuando con un poco de sol y unas petaquitas de vodka, fue un actor importante en el paseo, pero creo que se puede llegar a olvidar por un rato, si se está disfrutando. Lamentablemente la nevada nos impidió visitar el memorial 19/11, también ubicado en esta zona de la ciudad.
Nueva York es de por sí una ciudad cara. Y para aquellas monedas que están lejos de competir con el dólar, algunas cosas resultan demasiado caras. Comer en algún local de comida rápida no baja de 15/20 dólares (algo básico), las entradas a los museos entre 20 y 30 dólares, y ni que hablar de la ropa y otros accesorios y recuerdos turísticos. Si se dispone de un presupuesto ajustado, hay que elegir bien que paseos hacer y tratar de abaratar costos con las comidas (los supermercados son una opción posible, ya sea para comer en algún parque si la temperatura lo permite, o bien en el alojamiento que uno disponga, si cuenta con alguna comodidad para hacerlo).
Al día siguiente recorrimos el barrio del Soho, donde
buscamos un mural famoso que simula la pared de un edificio (Greene St. y
Prince St.). El Soho es un barrio comercial y de viviendas, donde se pueden
encontrar las marcas más famosas y exclusivas como Louis Vuitton y Prada,
hasta H y M, Forever 21, y otras del estilo más popular. El barrio tiene
mayormente edificios bajos, pero a medida que uno avanza hacia el norte, va aumentando
la altura de las construcciones. También varios lugares de comidas y locales
nocturnos se encuentran aquí (lamentablemente el frío y la distancia en la que
se encontraba mi hotel no hizo posible vivir la noche del Soho, pero quedará
dentro de la lista de los pendientes).
Por la tarde nos dirigimos hacia la zona del Central Park
(59 St. y 5th Av. para tener alguna referencia), con la intención de conocer
The Frick Collection (http://www.frick.org),
museo de arte con muy buenas referencias en las guías de viajeros. Cuando
llegamos la fila era muy larga, y la hora de cierre muy cercana (importante
chequear los horarios antes de ir, cosa que no hicimos), así que decidimos no
entrar y aprovechar el tiempo para pasear por el parque. Entramos por la 5th.
Av. El parque estaba todo nevado. Una belleza, pese al frío.
Después de una pequeña caminata encontramos las buscadas estatuas de San Martín
y José Martí, ubicadas en la mitad del límite sur del parque (59 St.) y nos
pusimos muy contentos. Ya oscureciendo nos dirigimos hacia el sur de Manhattan,
más precisamente al Puente de Brooklyn, para cruzarlo a pie. Ver Manhattan
desde el puente con sus rascacielos imponentes y sus miles de luces es algo
impagable. Lo deja a uno encandilado. Sin dudas una de las caminatas más
lindas, y la perspectiva más hermosa de esta ciudad. El puente no es extenso, y
vale la pena caminarlo para poder detenerse y contemplar las diferentes vistas.
El domingo por fin visitamos el MoMA (Museo de Arte Moderno. 11 W 53rd. St. http://www.moma.org/). Me encantó. Fue el único museo que pudimos visitar por el poco tiempo con el que contábamos, y creo que la elección fue acertada. El edificio es precioso y con la extensión justa como para no sentirse aturdido. Las instalaciones y muestras nos resultaron muy interesantes, pero lo mejor fue la colección estable de obras y artistas que se exponen en ese museo (Picasso y "Las Señoritas de Avignon", Monet, Van Gogh y "La Noche estrellada", que nos emocionó más que ninguna otra, Rivera, Warhol, y otros genios). La entrada al MoMA sale 25 dólares, lo que para nosotros es bastante, pero ni hace falta que diga que lo vale. También valió la pena retirar las audio guías (gratuitas), ya que no sólo uno tiene el relato de las obras, sino que se pueden sacar fotos para que luego el museo las envíe por mail, además de otras perlitas virtuales.
En la mañana del último día en esta ciudad maravillosa
recorrimos el barrio de Chelsea, y pasamos por el Madison Square Garden.
Chelsea es un barrio comercial sin mucho atractivo, al menos en las calles que
recorrimos. Allí se encuentra la famosa tienda de electrónica, B & H (420
9th Av.), que para los amantes del rubro resulta una linda visita (no para mi).
De allí partí tempranito rumbo a Broadway para sacar mi entrada para ver
"El Fantasma de la Ópera". Acá otra vez hay que hacer de tripas
corazón y entregar la tarjeta de crédito sin dudar: la entrada me salió 95 dólares,
y fue lo más barato que conseguí. Existe la posibilidad de conseguir entradas
más económicas en una suerte de "cartelera" (Tickets, 7th. Av. y
46th. St. Es una tribuna muy grande y visible bajo la cual se encuentran las
ventanillas para la compra de entradas (abren a las 15 hs., al menos en
invierno). Yo disponía sólo de esa noche así que no pude utilizar ese
beneficio. De todas maneras debo decir que mi entrada valió cada centavo.
Una vez con mi butaca en el teatro asegurada, encaré
nuevamente para el lado del Central Park, pero esta vez por la 8 th. Av. Desde
ahí, además de pasear por el parque y conocer el Lennon Memorial (la famosa
placa en el suelo del Central Park con la palabra "Imagine", que Yoko
Ono puso en memoria de John), conocí la puerta del Dakota (1 W 72nd St., y 8th.
Av.), donde Lennon vivía y fue asesinado. Atravesando el Central Park desde la
8th. Av. rumbo a la 5 th. Av. se aprecian para mi algunas de las vistas más
lindas de Nueva York. Los lagos interiores del parque (que hay muchos) estaban congelados
y algunos sectores todavía estaban cubiertos de nieve, lo que generaba una estética muy bella. Paseamos por el parque pasando por el conocido Bow Bridge, y
la pista de patinaje sobre hielo, para al fin salir por la esquina de la 59th.
St. y la 5th. Av., donde se encuentra el gran Apple Store y el cinematografiado
Hotel Plaza, dando inicio a la parte comercial exclusivisíma de la Quinta
Avenida neoyorquina.
Muy lejos de sentirme Carrie Bradshaw, no sólo por la falta
de efectivo sino por el poco sentido de la estética al que estaba obligada por
los 15 grados bajo cero, recorrimos la 5 th. Av. y sus lujosos locales de las
grandes marcas. Entramos a Tiffany's donde no encontré nada que me gustara, así
que sólo nos perfumamos. También conocimos la famosa juguetería FAO Schwarz, al
lado del Apple Store, (donde está el piano gigante en el piso que aparece en
muchas películas), y seguimos caminado un poco y viendo vidrieras importantes e
inaccesibles.
Luego del paseo por la 5th. Av. tomé el metro, y con todas
las expectativas del mundo me fui al teatro Majestic (247 W 44 St.), a ver
"El Fantasma de la Ópera" (http://www.thephantomoftheopera.com ).
No tengo palabras. En materia de espectáculos es realmente una de las mejores
cosas que vi en mi vida, si no la mejor. La puesta en escena, los vestuarios,
los artistas, todo, absolutamente todo fue increíble. Me emocioné, lloré, y
salí del teatro con una sonrisa que no se me borró por un largo rato.
La última mañana en Nueva York nos despertó con 25 grados
bajo cero de sensación térmica. Se hace difícil. Voy a tener que volver a esta
ciudad, pero sin dudas va a ser con calor.
Nueva York me resultó contradictoriamente encantadora. Es
una ciudad que expulsa mientras uno se esfuerza por entrar. Es vertiginosa y
abrumadora de a ratos. Parece que nunca se detiene, lo que nos impide
permanecer quietos en algún lugar, y nos obliga a entrar en esa mecánica del
continuo transitar, contemplando con esfuerzo. Es una dinámica de expulsión de
hecho, pero que aquí resulta y se torna fascinante. Todo pasa rápido: las
luces, los autos, las comidas, los paseos. En Nueva York hay poco tiempo, o al
menos es la sensación que uno se lleva en la primera visita.
Creo que por eso la gente vuelve. Hay algo que queda pendiente.
Recomendaciones
- En invierno el clima es difícil (más allá de la particular
ola de frío que nos tocó en suerte). Si se decide viajar en esta fecha es
recomendable llevar mucha ropa de abrigo e impermeable (por la nieve). También
tener en mente que no es posible caminar y permanecer mucho tiempo al aire
libre, como tal vez uno lo haría con otro clima, y que es posible que algunas
actividades no se puedan realizar (por ejemplo nosotros no pudimos subir al Top
of the Rock, ni patinar sobre hielo por razones climáticas).
- Nueva York es una ciudad muy grande, y las
distancias son largas. Por lo tanto, a la hora de elegir la ubicación
del alojamiento, lo ideal es pensar en zonas lo más cercanas posible del
centro de Manhattan, donde casi todo transcurre (Times Square, Soho, Central
Park en su extremo sur). De no ser esto posible por elección o por cuestiones
monetarias, hay que tener en cuenta que se estará mucho tiempo viajando para
alcanzar las principales atracciones. Nosotros viajamos con un programa en el
cual teníamos el alojamiento en el barrio de Crown Heights, Brooklyn, y
teníamos cerca de una hora de metro para llegar al Central Park.
- Si se quiere abaratar costos, una opción importante son las comidas. Tener
comodidades para poder comer en el alojamiento en que se esté tiene grandes
ventajas en este sentido.
- Los museos cierran temprano y no están abiertos todos los
días, con lo cual es importante chequear esta información antes.
- Para comprar entradas con descuento para los musicales se
puede ir a Tickets (7th. Av. y 46th. St.). También existen sitios de internet
que brindan descuentos e información. Les dejo dos que me pasó un amigo con
mucha experiencia en el rubro: http://www.theatermania.com
y http://www.playbill.com.